¿Y dónde está la dichosa paz?
Yo creo que sus vecinos de su coto les denunciaron, los amenazaron o algo parecido, pues jamás ha vuelto a pasar
Para no hacer el chiste malo de que en Baja California, o en Bolivia, paso de inmediato al tema que me ocupa –y me preocupa.
Tengo la fortuna inmensa de tener muy pocos vecinos. Junto a mi casa hay una casa que tiene desocupada ya varios años. Los dueños, emigrados a no sé qué puerto lejano, la mantienen en buen estado con un mozo que viene un par de veces a la semana, arregla el jardín, mantiene la limpieza y no sé qué cosas más. Los vecinos vienen a pasar algunos días en muy contadas ocasiones y cuando lo hacen apenas una luz, un vehículo con placas fuereñas en la puerta, delatan su presencia. Al lado opuesto tengo un terreno baldío. Frente, a muchos metros otra casa donde eventualmente saludo a los vecinos cuando llegan. Por las noches ladra un enorme perro cuyos ladridos apenas escucho cuando salgo a la puerta.
Detrás, donde termina mi jardín, tengo otras dos casas, cuyos ocupantes me son desconocidos, pues ellos viven ya en otra urbanización. De unos apenas sé nada. A los que comparten conmigo mayor superficie de las bardas traseras, les supongo una familia joven, con un par de hijos, todos en general silenciosos. Muy de vez en cuando tienen una reunión nocturna. Alguna vez perpetraron un atentado contra las buenas costumbres haciendo una fiesta con karaoke, en la que un grupo de mujeres de voces más bien destempladas y estentóreas, cantaron los éxitos completos de Pimpinela y otros cantantes de la misma calaña, rompiendo el aire, como en el salmo, con ayes y berridos hasta altas horas de la madrugada.
Yo creo que sus vecinos de su coto les denunciaron, los amenazaron o algo parecido, pues jamás ha vuelto a pasar.
Desde anteayer, de la otra casa, llegan hasta mi jardín, mi cocina y la ventana de mi habitación, sonidos de una selección musical, que es un decir, que debe ser obra de un degenerado o de un malvado que está ensayando con los instrumentos de la guerra psicológica; ahora entiendo lo que sufrió en su día Manuel Antonio Noriega en su refugio de la nunciatura en Panamá y también porque acabó entregándose a las tropas de los Estados Unidos.
Como por culpa del perro paso más tiempo que nunca en mi terraza, anteayer me tuve que recetar una selección de lo peorcito de la onda grupera, que ya es mucho decir; ayer, hasta casi medianoche, lo más selecto (y deplorable) del reggaetón o cómo se escriba tal bodrio. Lo de hoy ya es un atentado: los sabe Dios cuántos éxitos, otro decir, de José María Napoleón.
Como mis vecinos no suelen incurrir en tales despropósitos, yo ya estoy pensando, en la medida que el pajarillo de blancas alas me permite pensar, en que en esa casa pasa algo raro; una situación anómala que merece ser investigada por las autoridades, so riesgo de que se entere el señor Trump y les venga a bombardear la vivienda.
Aquí tengo que aclarar que yo al señor Napoleón le tengo mucho respeto, lo que no significa que pueda escucharlo más de un minuto sin comenzar a sudar frío, a respirar con jadeos y a presentar signos de que me viene una crisis de ansiedad. No se trata de la música que me guste a mí o a usted, sino de que cada quien escuche lo que le venga en gana, pero sin obligar a nadie más a hacerlo.
Entre mis teorías, evidentemente pensadas en un estado de obnubilación, la más tranquilizadora es que los habitantes de tal casa se marcharon de vacaciones y dejaron a la mucama de encargada y esta se trajo a la parentela para pasársela de lo lindo y de paso torturar al vecindario.
Sin embargo no descarto que el asunto no sea tan inocuo y se trate de un demente recién escapado del manicomio, quien tiene a la familia encerrada, quizá en venganza de que ellos lo encerraron antes, en el citado centro psiquiátrico, buscando enloquecerlos a ellos también –y de paso a todos nosotros.
Puede ser también que una banda de ladrones les tenga así sometidos, debidamente maniatados, tratando de que les digan la combinación de la caja fuerte o algo por el estilo.
Más no puedo pensar, pues la claridad se me fue cuando escuché eso del que bebe más y aguanta; pero si yo estoy de plano mal, buscando donde irme a pasar las fiestas –mientras que llegan los vacacionistas, la policía o el ataque aéreo–, el que ya muestra comportamientos erráticos y peligrosos es Laszlo, que de ser un can pacífico y obediente está desarrollando algo así como una hidrofobia psicológica y temo que acabe desconociéndome y atacandome al ritmo de vive feliz ahora mientras puedas.
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