Tres lecciones de la Independencia

Dra. Yessenia Pinzón

Cuando hablamos de independencia hablamos también de responsabilidad democrática

Yessenia Pinzón

La noche del lunes celebramos, por un año más, la conmemoración de aquella madrugada y los días posteriores en que Miguel Hidalgo y un pequeño grupo de insurgentes prendió la llama de nuestra Independencia. Hace 215 años, más que el inicio de una guerra, nuestra nación comenzó un movimiento social de enorme fuerza, gracias al cual recuperamos nuestra soberanía y, con ello, la posibilidad de tener una identidad conjunta, sólida y esperanzadora, que nos permitiera mirar hacia el futuro con libertad y autodeterminación. 

De aquel hecho histórico podemos extraer algunas lecciones de enorme vigencia. La primera tiene que ver con la democracia y lo que debemos hacer para conservarla. Es verdad que en 1810 no nació nuestra democracia, sino algo más elemental: el derecho a decidir por nosotros mismos y a dejar de ser súbditos para ser ciudadanos. Esa idea, germinal en los tiempos insurgentes, fue necesaria para que, con el paso de los años, se convirtiera en el principio que actualmente organiza nuestra vida pública: el poder reside en la ciudadanía y la ciudadanía es lo que somos todos juntos y no sólo unos cuantos. 

Por eso, cuando hablamos de independencia hablamos también de responsabilidad democrática. La responsabilidad democrática implica cuidar el Estado de Derecho, exigir justicia con firmeza pero con respeto, cumplir la ley, fortalecer las instituciones y, sobre todo, entender que este país es la suma de todas sus voces, y que no hay forma más fácil para perder nuestra identidad, soberanía y libertad colectiva que tratar de callar o cancelar a quienes opinan distinto de nosotros. Casi todas las dictaduras y las intervenciones extranjeras, en cualquier país que se les ocurra, han aprovechado las heridas de las radicalizaciones internas para imponer visiones unitarias o polarizadoras que, de una u otra forma, minan derechos y garantías de la población en general.

La segunda lección está emparentada con la anterior y se refiere a la unidad en la diversidad. Los primeros insurgentes no eran iguales entre sí: provenían de orígenes, oficios e ideas distintas y, sin embargo, supieron reconocerse en una causa común: la dignidad y la libertad. Hoy nos corresponde estar a la altura moral de quienes nos dieron patria, mostrando respeto a cada persona que compone este gran país. Debemos entonces discutir con civilidad, disentir con argumentos y escuchar sin descalificaciones personales. La unidad que México necesita no es uniformidad; es la convicción de que el desacuerdo civilizado construye, mientras que la polarización destruye. Se trata de entender de corazón que lo que somos todos juntos pesa más que nuestras diferencias.

La tercera lección que quisiera rescatar es que la Independencia no es un hecho concluido que sólo desempolvamos cada mes de septiembre para festejar. Muy al contrario, es un movimiento vivo que, si descuidamos, puede llegar a marchitarse y perecer. En este sentido, la lucha que inició en 1810 es una llama que nos sigue iluminando y que requiere de nuestro cuidado. Vivir y conservar nuestra soberanía está en cada una de las decisiones que tomamos para reforzar a nuestras instituciones, y no a uno u otro personaje o grupo en particular; está en la solidaridad con que buscamos acortar las distancias sociales; está en el esfuerzo conjunto para que nadie se quede atrás; en la defensa de la verdad frente a la desinformación; en el trabajo con ética y con pasión como forma silenciosa de patriotismo... La patria no se celebra sólo con aventar cohetes, comer pozole y lanzar confeti: se construye todos los días con cada uno de nuestros actos.

Por todo lo dicho, les invito a que pensemos que la Independencia no vive únicamente en los libros, sino en nosotros: vive cuando entendemos que la libertad, la pluralidad y la democracia implica un compromiso individual y colectivo que no podemos dejar de lado. Espero que estas fiestas patrias nos encuentren a la altura de los valores que representan; que nuestra comunidad sea ejemplo de diálogo, de trabajo serio y de servicio; que sigamos demostrando, con hechos, la grandeza de este bello país y, finalmente, que nos acompañe siempre la certeza que Vicente Guerrero dejó para la historia: “La Patria es primero”, entendiendo que la patria no es una palabra abstracta, sino la suma real, fuerte, tangible, de lo que somos todos juntos.

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