A Sangre Fría

Nadine Cortés

México está sumido en una espiral de violencia que ya no distingue rostro, cargo ni territorio.

Nadine Cortés

México está sumido en una espiral de violencia que ya no distingue rostro, cargo ni territorio. Ya no es suficiente ser funcionario, influencer, mujer o joven para estar a salvo. En este país, vivir con visibilidad es vivir en la mira. Esta semana, dos crímenes —distintos en contexto, pero iguales en brutalidad— nos recuerdan que la impunidad se ha institucionalizado y que el crimen ha rebasado los límites del miedo para instalarse como poder fáctico.

Valeria Márquez tenía 23 años. Era influencer, madre, emprendedora. Tenía un salón de belleza en Zapopan y una comunidad que la seguía en TikTok. La tarde del 13 de mayo, transmitía en vivo cuando un sujeto armado entró al local y la ejecutó de varios disparos. La escena, captada por la cámara de su celular, se viralizó en minutos. En esta nueva etapa de la violencia mexicana, los asesinatos no solo se cometen: se consumen. La Fiscalía de Jalisco abrió una línea de investigación por posible vínculo con el crimen organizado, se habló incluso de un presunto nexo con un líder del CJNG. Pero eso, por ahora, es secundario. Porque lo que grita este asesinato no es una teoría judicial, sino una advertencia social: la violencia se nos metió hasta el algoritmo.

Y mientras el país todavía digería esa imagen espeluznante, el lunes 20 de mayo, en la Ciudad de México, otra ejecución sacudió la esfera política. Ximena Guzmán, secretaria particular de la jefa de Gobierno, Clara Brugada, fue asesinada a tiros en plena vía pública junto a su compañero, el asesor José Muñoz. El sicario, frío como el apodo de esta columna, esperó veinte minutos en una esquina a que pasaran. Caminaban tranquilos. Un momento después, estaban muertos. Diez disparos. Una ejecución. En la capital del país. En el corazón del nuevo gobierno.

Ambos formaban parte del equipo más cercano de Brugada. Ambos eran operadores políticos clave en la transición de poderes. ¿Un crimen común? ¿Un ajuste? ¿Un mensaje? La respuesta no es jurídica, es política. Y el mensaje, aunque no sepamos a quién va dirigido, fue contundente: aquí nadie está intocable.

Estos dos asesinatos no ocurrieron en zonas marginales, ni en pueblos lejanos. Ocurrieron en la metrópoli, ante las cámaras, en la pantalla de nuestros teléfonos. La violencia ya no se oculta: se exhibe. Ya no amenaza: actúa. Ya no manda recados con narcomantas: mata en vivo y en directo.

Y aquí es donde volteamos a ver a Aguascalientes. Porque mientras nos seguimos jactando de ser un “estado seguro”, la violencia empieza a hacerse sentir. Los reportes del norte del estado hablan de movimientos sospechosos, presencia de grupos armados, patrullajes militares. Ya no es paranoia. Ya no es “el narco está en Zacatecas o en Jalisco”. Es aquí. Está entrando. Y si no reaccionamos ahora, lo hará como siempre: con fuego, con miedo, con muerte.

En los primeros quince días de 2025, Aguascalientes registró un aumento en incidentes delictivos. Nada fuera de control, dicen. Pero ese es siempre el primer capítulo. Primero se niega. Luego se minimiza. Y cuando el crimen organizado se asienta, entonces ya es tarde. La pregunta es: ¿esperaremos a que haya ejecutados a plena luz del día para reconocerlo?

La narrativa oficial se apoya en encuestas de percepción. Nos dicen que “la gente se siente más segura”. Que los delitos bajaron un 3%. Que la estrategia está funcionando. Pero el ciudadano de a pie no vive en estadísticas. Vive con miedo. Y ese miedo no se mide con gráficas, se mide con hechos: con los cuerpos en el suelo, con los patrullajes, con los balazos.

México está fracturado. Las instituciones, debilitadas. El crimen, empoderado. No se trata de sembrar pánico, se trata de exigir claridad. De exigir una respuesta firme, real, visible. No podemos permitir que los asesinatos de Valeria y Ximena se conviertan en notas de archivo. No podemos resignarnos a que la violencia nos narre el país.

Porque si algo ha demostrado el crimen organizado es que no necesita pedir permiso. Solo necesita que nadie lo enfrente. Y cuando eso pasa, hace lo que sabe hacer: matar. Ejecutar. Tomar espacios. Aterrorizarnos.

Y lo hace, como esta semana, con total sangre fría.

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