No es una insurrección. Es una narrativa construida

Nadine Cortés

Lo que está ocurriendo no es solo una crisis migratoria. Es una crisis de relato. Se está configurando un nuevo lenguaje, donde “migrante” significa amenaza

Nadine Cortés

Todos conocemos a alguien. Un padre, una madre, un hermano, una amiga. Una persona que, en los momentos más duros, estuvo ahí. Que cruzó el desierto con los pulmones llenos de miedo, con los zapatos rotos pero el sueño intacto. Que dejó todo atrás para intentar algo mejor. Esa persona es migrante.

Y hoy, esa palabra ha sido torcida hasta convertirse en sinónimo de amenaza.

En los disturbios más recientes en Los Ángeles, algunas imágenes se volvieron virales: personas completamente cubiertas del rostro, lanzando objetos, rodeadas de humo... ondeando la bandera mexicana. Esa imagen se impuso sobre todas las demás. No importó si había cientos de manifestantes pacíficos. No importó si las demandas eran legítimas. Lo que quedó fue el símbolo: una bandera asociada al caos.

Esa escena no enaltece la lucha de las personas migrantes. No representa el esfuerzo de quienes madrugan cada día para limpiar oficinas, cuidar niños o levantar casas que no serán suyas. Lo que representa es un sesgo. Un mensaje amplificado: que hay una invasión. Que los “otros” han cruzado una línea.

Y ahí es donde comienza el verdadero problema. Porque esa narrativa es funcional. Sirve para justificar medidas extremas. Para hablar de “insurrección” sin llamarla así. Para militarizar barrios latinos. Para excusar redadas sin órdenes judiciales. Para declarar enemigos a quienes solo buscaban sobrevivir.

Donald Trump lo sabe. Y lo utiliza. Pero lo más preocupante es que esa narrativa también ha sido permitida desde este lado del muro. Mientras se ondean banderas en el extranjero, aquí se ondea el silencio. Nuestros propios funcionarios minimizan el impacto. Politizan el miedo. Hablan de recuperar territorios, mientras pierden el sentido de humanidad.

Lo que está ocurriendo no es solo una crisis migratoria. Es una crisis de relato. Se está configurando un nuevo lenguaje, donde “migrante” significa amenaza, y la bandera —símbolo de orgullo en tantas luchas históricas— se convierte en la excusa perfecta para el castigo colectivo.

No estamos defendiendo a las familias. Estamos entregándolas al fuego cruzado del discurso. Las estamos dejando solas entre las cámaras de vigilancia y las interpretaciones más hostiles. Mientras los medios debaten si lo que ocurrió fue espontáneo o coordinado, hay niños que no saben si volverán a ver a sus padres.

Y padres que, al cerrar la puerta de la camioneta que los lleva al centro de detención, sienten que han perdido todo. No por la ley, sino por el relato que la acompaña. Por una narrativa que los despoja incluso del derecho a ser entendidos.

No es una insurrección. Es una manipulación del símbolo. Una construcción de miedo con estética de guerra. Pero también es una oportunidad. La oportunidad de romper con la indiferencia. De ver lo que realmente está en juego: no una frontera, sino el alma de nuestras democracias.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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