Los que caminan después de la guerra

Nadine Cortés

Lo que ocurre en Gaza no es solo una guerra, es un etnocidio

Nadine Cortés

La guerra no termina cuando cesan los misiles.

Ni cuando se firman tratados.

Ni cuando los gobiernos anuncian que todo ha vuelto a la normalidad.

 

La guerra sigue viva mientras quienes la sobreviven caminan,

con lo poco que cargan,

con lo mucho que perdieron,

sin saber si en alguna parte habrá un lugar para ellos.

 

Hoy, mientras Irán e Israel se enfrentan y arrastran consigo a Siria, Líbano, Yemen y Estados Unidos, hay un drama que ocurre en silencio:

Miles de personas están huyendo.

A pie.

Por desiertos.

Por rutas improvisadas.

Porque quedarse es morir.

Y moverse, aunque no se sepa hacia dónde, todavía puede significar vida.

 

Se estima que más de dos millones de personas podrían ser desplazadas si este conflicto se intensifica.

Y no lo harán con maletas.

Lo harán con miedo.

 

Esto ya lo vimos antes.

 

En 1915, durante el genocidio armenio, miles de personas fueron expulsadas al desierto.

Sin comida, sin agua, sin refugio.

A esos desplazamientos se les llamó caravanas de la muerte.

No eran rutas de huida.

Eran caminos hacia la desaparición.

 

Hoy, Gaza revive esas imágenes.

Zonas enteras son evacuadas bajo bombardeo.

La ayuda humanitaria está bloqueada.

Los hospitales ya no operan.

El agua y la comida no entran.

 

Las familias caminan sin rumbo.

Pero no están huyendo de un conflicto.

Están huyendo de un castigo colectivo.

 

Lo que ocurre en Gaza no es solo una guerra.

Tampoco es solo una ocupación.

Cada vez más voces coinciden en llamarlo por su nombre: etnocidio.

 

No se trata solo de matar.

Se trata de borrar.

De negar a un pueblo su derecho a existir como pueblo.

Destruir sus símbolos, su lengua, su comida, su historia.

Impedirle vivir, pero también impedirle ser.

 

Y aquí es donde la conciencia duele:

No es que no nos preocupe la guerra.

Es que solo nos preocupa si el misil cae en nuestra casa.

 

Mientras no nos toque, lo vemos como un problema ajeno.

Y cuando quienes huyen llegan a nuestras calles, entonces sí hablamos.

Que son demasiados.

Que vienen a pedir.

Que “no son de aquí”.

 

Pero, ¿y si fueras tú?

¿Y si fueras tú quien tuviera que huir, con tu hija en brazos y nada en los bolsillos?

¿Esperarías juicio… o ayuda?

 

Hoy, más de 120 millones de personas están desplazadas en el mundo.

Es la cifra más alta en la historia.

Y, aun así, muchas veces los vemos como si fueran una carga.

Nunca como lo que realmente son:

supervivientes.

 

Este 20 de junio fue el Día Internacional del Refugiado.

¿Lo recordamos?

¿O simplemente compartimos una imagen sin detenernos a pensar en lo que significa?

 

La pregunta no es si van a llegar.

Van a llegar.

Porque la vida, cuando está en peligro, se mueve.

Porque la dignidad, aunque herida, camina.

 

La verdadera pregunta es:

¿quiénes vamos a ser cuando lleguen?

 

¿Los que cierran la puerta?

¿Los que levantan un muro?

¿O los que entienden que nadie merece ser tratado como intruso solo por haber sobrevivido?

 

Porque lo que queda de la guerra no son escombros.

Lo que queda son las personas.

Y lo que hagamos con ellas dirá todo sobre quiénes somos.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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