En México nos hemos acostumbrado a escuchar discursos oficiales que celebran cifras: “millones han salido de la pobreza”. Y sí, hay logros que se deben reconocer. Pero la pregunta incómoda permanece: ¿cuántos nunca debieron caer en la pobreza en un país tan rico como el nuestro?
La pobreza no es una fatalidad. Es el resultado de decisiones políticas y de omisiones históricas.
De salarios que no alcanzan.
De la informalidad que condena a la mitad de los trabajadores a vivir sin seguridad social.
De la corrupción que se come recursos y erosiona la confianza ciudadana.
Y de un Estado que, por décadas, eligió repartir apoyos en lugar de construir estructuras sólidas que sostengan la vida: los cuidados.
La historia en nombres y promesas
Cada sexenio bautizó su promesa social con un nombre distinto:
Solidaridad (Salinas) en los noventa, pensado tanto como red de apoyo en tiempos de crisis como instrumento de control político.
Progresa (Zedillo), con transferencias condicionadas a educación y salud, que buscaban romper la transmisión intergeneracional de la pobreza.
Oportunidades (Fox/Calderón), continuidad de la misma lógica, con resultados parciales.
Prospera (Peña Nieto), que vistió con un nuevo nombre lo que ya existía, sin innovar en lo estructural.
Bienestar (López Obrador), que universalizó transferencias y permitió que entre 2018 y 2024 salieran de la pobreza 13.4 millones de personas, bajando la tasa nacional a 29.6%.
Cinco programas, cinco relatos.
Un mismo patrón: aliviar ingresos, legitimar gobiernos, pero nunca tocar la raíz de la desigualdad.
Por eso la pobreza vuelve una y otra vez.
Lo que nunca se quiso nombrar
El factor más invisible —y más costoso— es el cuidado.
Cuidar a un niño, a una persona mayor, a alguien con discapacidad o enfermedad es trabajo indispensable para la vida social y económica. Y en México, ese trabajo recae sobre todo en las mujeres.
Equivale a más de una cuarta parte del PIB, pero no aparece en el presupuesto, ni en los programas sociales, ni en las prioridades nacionales.
Es tiempo robado, sin salario, sin derechos, sin red pública.
Es el suelo pegajoso que mantiene a millones atrapadas en la pobreza o a un paso de ella.
El presente y la contradicción
Hoy México tiene, por primera vez, una presidenta mujer. Un símbolo histórico, sin duda.
Y sí, en el presupuesto ya aparece un anexo llamado “Sociedad de Cuidados”, hay menciones en discursos y algunos programas piloto como Salud Casa por Casa.
Pero lo cierto es que el Sistema Nacional de Cuidados aún no existe.
No hay ley que lo ancle, no hay presupuesto suficiente, no hay servicios universales que se traduzcan en guarderías abiertas, centros de día funcionando, estancias comunitarias activas.
Ahí está la contradicción:
si hubo fuerza política para transformar al Poder Judicial,
si se movieron las piezas más pesadas del poder,
¿qué falta para transformar lo más básico y humano: el cuidado?
Las preguntas que nadie quiere hacer
La pobreza se mide en ingresos, sí, pero también en tiempo, en desgaste, en desigualdad de género.
Y la gran pregunta es:
¿Por qué nos conformamos con aplaudir a los que salieron, en lugar de preguntar por qué tantos siguen cayendo?
¿Por qué no se reconoce que en estados como Chiapas, Guerrero y Oaxaca los avances han sido mínimos, mientras el norte industrial despega?
¿Por qué seguimos acumulando nombres de programas en lugar de construir estructuras que trasciendan sexenios?
Cuidar es transformar
Se trata de poner en el centro un debate que siempre se evade: el cuidado como política de Estado.
Porque sin cuidado no hay igualdad posible.
Sin cuidado, las mujeres seguirán atrapadas en la precariedad invisible.
Sin cuidado, cualquier reducción de pobreza será frágil y reversible.
México ha tenido Solidaridad, Progresa, Oportunidades, Prospera, Bienestar.
Todos nombres que marcaron época.
Pero el nombre que falta, el que nunca se ha querido construir, es el más elemental y el más humano: Cuidado.
Un país que no cuida a su gente nunca podrá transformarse de verdad.
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