La edad no gobierna, la capacidad sí
¿Dónde están las jóvenes promesas de la política? ¿Qué nos dicen las nuevas generaciones de políticos?
Justo la semana pasada me tocó escuchar aquí lo que parecía una mesa de análisis entre tres representantes de los partidos políticos. Más allá de que se estancaron en lugares comunes, frases huecas y nulas ideas, me llamó la atención, que insistían en eso, que califican como nuevas generaciones, al referirse a militantes de sus partidos que andan sobre los 48, 50 o 55 años.
Pero el denominador común es que si esta es la juventud que dice representar la nueva política local, quiere decir que estamos verdaderamente en la lona. Y vamos a pensar con más amplitud. Si la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, como decía un gran escritor George Bernard Shaw, las nuevas generaciones políticas le están sacando bastante jugo al padecimiento mientras les llega la vacuna de la edad.
Es decir, la juventud es el amuleto para el éxito político. La verdad es que está sucediendo exactamente lo contrario, y de una épica pasamos a un cliché que es beatificar a la juventud simplemente por eso. El problema con esa lógica binaria, que ser joven es ser bueno y lo que no encaja en ese molde es malo, es que no se corresponde a los hechos, como se observa por ejemplo en política, ni alcanzar resultados espectaculares en la gestión de gobierno.
Antes bien, el balance es variado y hay de todo. En ese sentido entonces, las preguntas tendrían que ir por otro lado, ¿dónde están las jóvenes promesas de la política? ¿Qué nos dicen las nuevas generaciones de políticos? La respuesta es inevitablemente un poco más larga. Por regla general, se dice que la juventud está mejor preparada, y en cierto sentido es verdad, al menos en escolaridad.
Los años de escolaridad, por ejemplo, que una persona normalmente podía esperar recibir en 1950, era entre dos y medio o tres años, y ahora es de 12 años en promedio en el mundo. Pero estos datos no necesariamente equivalen a tener un dilatado oficio político, una capacidad de gestión extraordinaria o una densidad intelectual mayúscula que asocie la biología con los resultados. De hecho, parece que las cosas van a la baja.
Un estudio de la Asociación Americana de Psicología, que revisó datos de 300.000 jóvenes entre los 18 y los 22 años, encontró que a partir del año 2000 su coeficiente intelectual ha comenzado a bajar en varios países desarrollados. O sea, esos jóvenes tienen menos razonamiento abstracto, verbal y numérico, entre otros factores asociados al uso creciente de las pantallas móviles. Así que esta es una primera conclusión de lo que se ve en el proceso electoral de 2027, cuando habremos de elegir gobernador, alcaldes y diputados locales.
La edad ya no es un factor relevante. Si esto es cierto, entonces el juicio de la ciudadanía debería tender a ser más estricto y estar basado en la capacidad demostrada, en la experiencia real, en la preparación, en lo que hayan hecho en la vida, quienes compitan por los diversos cargos, entre otras cosas porque, como bien ha dicho alguien, el gobierno es la única profesión en la que es posible ascender a una posición de enorme importancia y poder literalmente llegar a ella sin tener ninguna calificación. Es decir, puede llegar cualquiera y esto es un verdadero peligro para un país, para un estado o para una ciudad.
Lo segundo es no irse con la finta. Como muchos de los candidatos no tienen mayor capacidad, intentan suplir esa carencia con las fotos, las redes, bailando o haciendo el ridículo porque suponen que eso les encanta a la gente. Puede ser que pegue, pero con eso no resuelven los problemas reales de las personas, ni de las ciudades, ni de los estados.
Uno los quiere para que gobiernen y sean eficaces, no para que sean el alma de la fiesta. Y lo último es verificar que llega gente honrada, honesta, un valor que se ha perdido casi por completo, como podemos atestiguar todos los días. En suma, no es la edad, sino la capacidad.
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