Jóvenes: entre la comodidad y la exigencia del futuro

Otto Granados

Ser joven es ser bueno y lo que no encaja en ese molde es malo

Otto Granados

Casi por regla general y en cualquiera de los roles que juguemos como educadores, padres de familia o simples ciudadanos, solemos incurrir en algo que he llamado la beatificación de la juventud, es decir, suponer que el mero hecho de ser joven asegura todo lo demás a que se pueda aspirar en la vida. La realidad, desde luego, es bastante más compleja, pero muchos jóvenes se han creído y se creen en esa historia y, por lo tanto, parece que se han vuelto más comodinos o, digamos, más relajados en distintos aspectos.

Ahora resulta que no quieren estudiar porque quieren tener vida, que no les gusta trabajar porque tienen derecho a que alguien más los mantenga, llámese la familia o el gobierno, que cambian frecuentemente de trabajo porque el que tienen lo encuentran muy estresante y así sucesivamente. Estamos ante lo que se llama la ley del menor esfuerzo. Por todas partes, se ha extendido una retórica habitual que suele asociar la juventud como la categoría biológica con una larga serie de ventajas comparativas respecto de otros grupos etarios, entre las frases convencionales que se incluyen dar paso a las nuevas generaciones, ya es tiempo de retirar a los viejos, es nuestra hora y otras por el estilo que tienen más delirismo que de realismo.

La conclusión, es que estar en ese rango de edad trae por sí solo el pasaporte a la felicidad. El problema con esa lógica binaria que ser joven es ser bueno y lo que no encaja en ese molde es malo, es que no corresponde a los hechos ni a la realidad pura y dura. Veamos, por ejemplo, aquellos que estudian en las prepas o en las universidades.

Se ha puesto ahora de moda, tanto en México como en otros países, la idea de que la búsqueda de la excelencia académica, lo que exige desde luego mucho esfuerzo y disciplina de los estudiantes, no es compatible con su vida personal y cuando algo falla exponen como pretexto haber tenido problemas personales, familiares o amorosos o que se les enfermó el perro que provocaron que reprobaran una o más materias. Otros aducen que los exámenes son demasiado largos y complicados y que les exigen que los obliguen a pensar demasiado y algunos más dicen que eso del rigor académico es un instrumento neoliberal contra el cual hay que oponerse y esperan por tanto obtener un título o grado prácticamente regalado. 

Creo que el problema va por otro lado y es que en la medida en que ahora hay mejores condiciones de bienestar de las que vivieron otras generaciones hace 20, 30 o 40 años y eso ha creado una paradoja que consiste en bajar el listón de la exigencia en lugar de subirlo para poder aspirar a una vida mucho mejor que las de los padres y los abuelos.

Es cierto que en los últimos años se han conjugado tensiones, dificultades desde un menor crecimiento económico hasta la pandemia que han inoculado un ambiente de pesimismo que pone en duda, entre otras cosas, las premisas con las que normalmente las personas buscaban mejores niveles de vida y de bienestar, es decir, el trabajo, el esfuerzo, el talento, la disciplina, la iniciativa, la educación, la ambición y, por supuesto, la suerte y un entorno adecuado e intenta sustituirlas mediante un acto de contrición y andar de nuevo el camino beatífico de las políticas compensatorias, de los subsidios, de los regalos, cualquier cosa que esto suponga.


Esto suena desde luego muy seductor, pero no es sostenible porque como demuestran los países exitosos, el esfuerzo, el trabajo duro, la tenacidad y la preparación, entre otras cosas, siguen siendo los resortes fundamentales del progreso individual. Así que más vale a esas nuevas generaciones asumir que el camino todavía es largo y no estará exento de dificultades.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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