Entre presiones y soberanía: la encrucijada mexicana frente a la visita de Marco Rubio

Edgar Guerra

El contexto agrava esa tensión

Edgar Guerra

La visita a México del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio ocurre en un momento de máxima tensión bilateral. En la mesa están los grandes temas: seguridad, fentanilo, aranceles, soberanía y crimen transnacional. Sin embargo, el dilema es si estamos frente a una alianza funcional o ante una negociación desigual.

Rubio llegó con una exigencia clara: frenar el tráfico de fentanilo a cambio de negociar la imposición de aranceles. La estrategia hasta ahora ha sido muy clara: detener las sanciones comerciales si México garantiza resultados inmediatos en seguridad. Como parte de este acuerdo, se anunció la creación de un grupo de alto nivel para coordinar operativos contra cárteles, tráfico de armas, migración y lavado de dinero, bajo la promesa de respetar la soberanía mexicana. Sin embargo, la paradoja es evidente: cooperación inédita, pero bajo condiciones duras y presiones económicas.

Claudia Sheinbaum ha insistido en que la colaboración será desde el respeto mutuo. La interlocución permanente con Washington puede leerse como un triunfo diplomático, pero la antinomia persiste: México necesita la cooperación, aunque teme convertirse en un aliado subordinado a la estrategia de seguridad de Estados Unidos.

El contexto agrava esa tensión. La visita de Marco Rubio se da justo después de que Washington hundiera en alta mar una embarcación vinculada con un cártel venezolano. El mensaje fue inequívoco: Estados Unidos no duda en usar la fuerza militar cuando lo considera necesario. Frente a ello, Sheinbaum reaccionó con firmeza: “No permitiremos operaciones unilaterales”. Pero la contradicción es clara: se acuerda seguridad compartida mientras existe la sombra del uso de la fuerza militar.

A la ecuación se suma Donald Trump, quien negocia con los aranceles como forma de chantaje económico. En este escenario, la seguridad, la migración y el comercio terminan empaquetados en una sola batería de presiones hacia México. La paradoja es brutal: la política de seguridad nacional se convierte en rehén de intereses económicos, obligando al gobierno mexicano a mostrar resultados rápidos —extradiciones, incautaciones— no solo por convicción, sino por necesidad comercial.

Rubio, por su parte, ha reconocido que “no hay gobierno que coopere más con Estados Unidos que el de Sheinbaum”. Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿se trata de cooperación real o de una reacción a la tutela? La diplomacia abierta puede ser positiva, pero el riesgo es que México baile al ritmo que dicta Washington, disfrazando de cooperación lo que en realidad es sobrerregulación externa.

La visita de Marco Rubio expone una paradoja esencial: México coopera para defender su soberanía. El reto de Sheinbaum no está en firmar acuerdos, sino en gobernar entre presiones geoestratégicas sin perder autonomía. Si el país logra mantener la negociación desde la dignidad y no desde la subordinación, entonces esta visita no habrá sido una capitulación, sino un acto de equilibrio estratégico en medio de una relación inevitablemente asimétrica.

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