A 72 años del voto femenino: No llegamos todas

Nadine Cortés

El 17 de octubre de 1953 fue el instante en que millones de mujeres se convirtieron en ciudadanas con derecho a elegir y a ser elegidas

Nadine Cortés

Hay fechas que no sólo quedaron escritas en el Diario Oficial, sino en la piel de un país. El 17 de octubre de 1953 no fue sólo una reforma: fue el instante en que millones de mujeres —bordadoras de silencios, campesinas sin firma, madres que dejaban su nombre entre los frijoles y la madrugada— se convirtieron en ciudadanas con derecho a elegir y a ser elegidas. Ese día, México abrió las urnas… aunque muchas aún seguían afuera, mirando desde la banqueta.

Setenta y dos años después, los carteles electorales se llenan de rostros de mujeres. El Congreso es paritario. Hay más gobernadoras que nunca. Ya hay una presidenta. El escenario parece conquistado.

Pero no. Todavía no llegamos todas. Llegaron las que descifraron los códigos de una política pensada sin ellas. Las que resistieron el desgaste emocional de una vida pública que exige callos en el alma. Las que aprendieron a sostenerse incluso cuando el fuego no venía de la oposición, sino de su propio entorno. Las que siguieron de pie aunque el costo de cada avance fuera pagado con horas de sueño, reputaciones atacadas, maternidades en pausa o cuerpos tensos por la amenaza constante de la violencia política.

El voto nos abrió la puerta. Pero muchas entraron sabiendo que tendrían que justificar cada paso como si lo caminaran con foco encima. A ellas se les exige legitimidad permanente, una fortaleza sin grietas, una empatía irreprochable y resultados impecables. La expectativa suele ser sobrehumana: trabajar con rigor técnico, hablar con sensibilidad social, sostener la agenda pública y hacerlo todo sin mostrar cansancio ni miedo. Quien tropieza, se expone no sólo a la crítica pública sino a la desconfianza sobre la capacidad de todas.

¿El voto femenino cambió México? Sí. Hay leyes que existen porque una legisladora se plantó con dignidad. Hay programas que nacieron porque una funcionaria se negó a aceptar que los cuidados no cuentan. Hay niñas que hoy se atreven a imaginarse gobernando porque ya vieron a una mujer hacerlo. Pero también hay mujeres que aún no pueden votar sin consultar a otro. Hay quienes no llegan a la casilla porque su día empieza antes del amanecer cuidando a otros y termina demasiado cansado para pensar en democracia. Hay quienes ocupan un cargo con miedo permanente a ser desmanteladas por una campaña de odio o por una violencia que a veces no necesita golpes para destruir.

El voto fue el primer capítulo. El poder sigue exigiendo que quien lo ocupe lo haga sin vacilar, sin quebrarse, sin llorar. A veces, sin margen para ser humana. Por eso, setenta y dos años después, la pregunta no es cuántas mujeres están en el poder. La verdadera pregunta es cuántas pueden ejercerlo sin perderse en el intento.

Y aquí el tono cambia, sin metáforas: No basta con contabilizar nombres en los gabinetes si esos nombres viven en estado de alerta. No basta con estar en las boletas si ocupar un cargo implica cargar la doble tarea de gobernar y demostrar que mereciste llegar. No basta con decir que llegamos si muchas aún se bajan antes de cruzar la meta por agotamiento, por miedo o por soledad.

El voto femenino abrió el micrófono. Ahora toca garantizar que quien habla no sea silenciada por el desgaste, el hostigamiento o el juicio desmedido.

Porque sí, llegamos. Pero decir que ya estamos todas sería ignorar a las que aún esperan su turno, no porque no puedan correr, sino porque la pista sigue inclinada.

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